AMORES QUE INVITAN A MORIR.

Estándar

A veces veo sin mirar. A veces miro sin ver. Hay que continuar tras una gran decepción con el ser  humano.

Cuando te ha costado volver a confiar en una nueva persona que se cruza en tu camino, cuando tras otra decepción se apodera nuevamente la ilusión y además de la manera más deslumbrante haciéndote sentir divina, cuando crees que esos sentimientos que prometiste un día nunca volverían a reponerse como modo de refugio contra el daño, pero renacieron y ¡bendito revivir!   Es entonces, cuando abres tu cuerpo y tu alma. Comienzas a sentir que estás vivo, que hueles como nunca los olores, que saboreas como nunca cada sorbo de té, cada zumo de kiwi y naranja con plátano de cada desayuno, cómo observas el día a día del modo más fantástico atendiendo a cada minucia de cosa como si se tratase de lo mejor del mundo, o cómo oyes una música de Pablo Alborán haciéndola protagonista de la banda sonora de tu amor camino a las puertas de Al -Mutamid.

O cómo una orilla de mar en una playa transitada en el día se convierte en el refugio de dos enamorados que se esconden de lo prohibido. Sólo dos minutos de prohibición en esas orillas conforman el universo perfecto de sensaciones jamás vividas. O cómo las arenas, la noche con media luna y las estrellas jalean al universo las pasiones de los enamorados.

O cómo un paseo por Triana donde te cuentan historias vividas se trasforman en la mejor lectura hablada del mejor libro jamás leído. O cómo amar en el mismo hotel como cita amorosa se va transformando en un nido de promesas futuras, sin pedirlas como fémina.

O cómo el recitar de unos poemas al desnudo viste el cuerpo de dos trovadores de un textil al que calificaría como poesía de la desesperada pasión.

Y así, pasan los días, las noches, los meses y los años… y comienzas a ver atisbos de que lo que has vivido ha podido ser producto de tu imaginación. Quizás no hubo amor, quizás esas promesas efímeras eran el prólogo para conspirar emociones deseadas y conservadas como trofeos. Pero (…) pensar así no beneficiaría a nadie ¿verdad? 

Así, en medio de la noche estival con cochecitos de capota y bebés ataviados de un rosa excesivo se preguntaba Carlota por lo sucedido.

–          Jamás podré creer en nadie que me diga te amo. Ni confiar en gestos que me inclinaban a tocar el cielo agarrada de su mano.

Ensimismada, Carlota dejó de pensar, y el impulso la llevó a esa orilla donde amó como nunca jamás a un hombre, e invitada por la sinrazón se introdujo entre sus aguas. Por fin pudo descansar de oír tanto silencio. Carlota, se refugió a la orilla profunda de su mar.

Con los años, las palabras creadas con el textil de esos trovadores descubrieron su luz en las librerías. La historia hizo que la justicia impusiera sus leyes como el amor la impuso sólo con sus gestos.  Ella fue liberada por la mar mientras él, volvía a repetir la historia, muerto en vida.

(YaLdÓn)

 

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